Ecuador vive una aguda crisis fiscal: no alcanza el dinero para pagar, hay atrasos, y se recurre a deuda interna para sobrevivir. Pero, ¿qué significa eso para el ciudadano común? Imagina que el país es una familia de clase media a la que ya no le alcanza ni el sueldo ni los préstamos.
Imagina que el Estado ecuatoriano es una familia de clase media de cuatro miembros que vive en Quito: Los Cevallos. Papá trabaja en una empresa privada, mamá es maestra fiscal, tienen dos hijos en edad escolar, viven en un departamento que están pagando con hipoteca, tienen un auto del año cuyas cuotas son cada vez más difíciles de pagar y cada mes sobregiran la tarjeta. Esta familia gana alrededor de $1.600 al mes, pero sus gastos y deudas por pagar son mayores.
Durante 2024, la familia tuvo un año mejor de lo esperado:
● Vendieron unas joyas heredadas (como Ecuador vendió oro y obtuvo ingresos extraordinarios por $509 millones del Banco Central).
● Además, recibieron una devolución de impuestos y un bono (como las contribuciones temporales que dieron ingresos únicos al fisco).
● Con eso, lograron que el hueco en su presupuesto familiar bajara de $520 al mes a $270, o sea, recortaron su déficit. Un año después, el hueco vuelve a ser de $520 al mes. La solución es endeudarse más.
Pero esa “mejora” no fue por ganar más en el trabajo, sino por ingresos que no se repiten.
Ahora en 2025, la familia tiene varios problemas:
● Ya no tienen joyas que vender. No hay más oro que liquide el Banco Central ni impuestos extraordinarios: los ingresos extraordinarios desaparecieron.
● Los gastos suben. Suben los intereses del crédito hipotecario (como los $3.572 millones que Ecuador paga en intereses de deuda), y los útiles escolares y medicina de los niños no perdonan. Además, gastaron en vacaciones, en fiestas, les subieron las cuotas del condominio para reforzar la seguridad, entre otros.
● El sueldo crece menos que los gastos. El sueldo de papá y mamá subió 5% de manera permanente, pero sus gastos aumentaron más del 17% en el último año.
● Los atrasos se acumulan. Mamá ya no puede pagar la tarjeta en la fecha y debe aplazar pagos. Durante más de 10 años malgastaron préstamos de familiares y les toca pagar deudas y atrasarse con otras obligaciones. En el caso del Estado ecuatoriano, hasta mayo de 2025 acumuló $1.348 millones en atrasos con proveedores, contratistas y gobiernos locales; pero, si se ven años anteriores, los atrasos suman más de $4.500 millones.
¿Y entonces cómo viven los Cevallos al igual que el Estado Ecuatoriano?
Durante años, los Cevallos no se detuvieron a hacer cuentas. Sabían que les ingresaban alrededor de $1.600 al mes, pero sus gastos se acomodaban siempre a “un poco más”. Subió la pensión del colegio, la medicina de la abuela, el seguro del carro, la luz, los víveres. Y para no sacrificar calidad de vida, empezaron a compensar con la tarjeta.
Algo parecido le ha pasado al Estado ecuatoriano. A pesar de los esfuerzos por aumentar los ingresos —como subir el IVA al 15% o cobrar impuestos extraordinarios a empresas— el gasto público creció aún más rápido. Entre enero y mayo de 2025, los ingresos totales del Estado, a pesar de la aparente recuperación del año anterior, se redujeron en 1,2% (falta de inversión en el sector petrolero, entre otros temas), mientras que el gasto corriente aumentó en 12,4%. Resultado: un hueco de $1.529 millones en cinco meses. La cuenta no cuadra, como tampoco cuadra en casa de los Cevallos.
Cuando los Cevallos se dieron cuenta de que el dinero no alcanzaba, ya era tarde. Tenían varios préstamos bancarios y en casas comerciales, cuotas de tarjetas diferidas y deudas con familiares. Pagaban intereses altos, y algunas facturas se quedaban sin cubrir. Cada mes era una carrera contra el corte bancario.
El Estado, de igual forma, ha acumulado deudas pendientes que se arrastran año tras año. Solo entre enero y mayo de 2025, generó $1.544 millones en cuentas por pagar, que se suman a los $2.957 millones heredados de presupuestos anteriores. En total, el Gobierno debe más de $4.500 millones por compromisos no saldados . Y, como si fuera poco, también debe amortizar $5.500 millones por créditos antiguos que vencen este año. Vive, literalmente, para pagar la tarjeta.
Hace cinco años, los Cevallos soñaban con ampliar su casa o emprender un pequeño negocio familiar. Pero hoy ni se plantean comprar una computadora nueva o pintar la sala. La prioridad es llegar a fin de mes. Todo lo que ganan se va en gastos, deudas y medicina. Invertir es, simplemente, un lujo.
En el caso del Estado, la situación es igual de crítica. La inversión pública se ha vuelto residual: entre 2020 y 2024, el promedio anual fue de apenas $542 millones, mientras que el gasto en sueldos, bonos, transferencias y deuda se lleva la mayor parte del presupuesto. De cada $100 que gasta el Estado, más de $80 van a cubrir compromisos fijos. Así es imposible financiar nuevas escuelas, carreteras, hospitales o programas productivos. Se sobrevive, pero no se progresa.
En 2024, los Cevallos intentaron hacer recortes: cambiaron de supermercado, eliminaron salidas los fines de semana, compartieron una sola cuenta de streaming. Pero no tocaron los gastos grandes. Acomodaron su realidad, pero no transformaron su estructura.
Lo mismo le ha pasado al Estado ecuatoriano. Ha buscado financiamiento de emergencia, ha emitido bonos internos, ha conseguido préstamos con organismos multilaterales. Pero no ha hecho cambios de fondo. No ha reformado el sistema de pensiones, no ha rediseñado el gasto educativo ni ha simplificado el aparato estatal. Mientras eso no cambie, cualquier ajuste es solo un parche. Se ahorra hoy para gastar igual o más mañana.
¿Cómo saldrán adelante los Cevallos y el Estado ecuatoriano?
Para salir de la crisis, los Cevallos saben que ya no basta con recortar gastos. Necesitan un plan serio. Primero, sincerar sus cuentas. Luego, renegociar deudas para bajar los intereses. Y, sobre todo, mejorar sus ingresos: quizá un trabajo extra, alquilar una habitación, vender lo que no usan. También quieren empezar a invertir: en una mejora profesional, en un emprendimiento, en salud preventiva. Saben que, sin cambios estructurales, seguirán atrapados.
Para el Estado ecuatoriano, el camino es similar pero más complejo. Requiere:
Rediseñar su estructura de gasto, especialmente reformar el IESS, que absorbe miles de millones del presupuesto sin sostenibilidad. Hoy, el 40% de las pensiones lo paga el Estado.
Fomentar la inversión privada, atrayendo capital para carreteras, puentes y obras públicas que hoy el Estado no puede financiar.
Fortalecer la transparencia, para que cada dólar gastado y que llega como crédito realmente se invierta y no se pierda en burocracia.
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